Un día a mi hermana Paola, a los 11 años, le dió por querer tener un hermanito y empezó a hinchar a mis futuros padres. Qué recibió a cambio? un perrito. Ese perrito se llamó Alí, y estuvo ahí desde que nací, porque mi hermana Paola siguió hinchando e hinchando hasta que consiguió a su hermanito, que fue niñita y recibió el lindo nombre de Mª José. Osea, nací gracias a mi hermana y recibí el nombre de la vedette más famosa del momento (aunque eso lo comentaré en otra oportunidad). Ahora intentaré centrarme en Alí, mi perris tenía un nombre que yo encontraba de lo más normal, no tengo idea a quien se le ocurrió, pero mis compañeras de colegio cuando chica me molestaban por su nombre. Alí Babá y otras cosas poco originales (como cuando me molestaban por mi apellido). La cosa es que yo simplemente amaba a Alí, era el mejor perro del mundo. Me dejaba montarlo, me dejaba hacerle las trampas que veía que el Gallo Claudio le hacía a ese perro blanco con café que no recuerdo cómo se llamaba, cosas elaboradas que empezaban tocando un timbre y hacía funcionar todo un mecanismo que terminaba tirándole agua al pobre perri. Ahora, todo esto de manera muy precaria en mi patio. Fue en una de esas aventuras que Alí me mordió el dedito. No lo comprendí en ese momento pero él sólo quería comer su almuerzo tranquilo. Pero se me pasó luego (el llanto y la pica). Él además sabía que yo odiaba la tortilla de acelga, se la daba siempre y la entraba a su casa para que mi mamá creyera que me la había comida enterita.
Bueno, paralelamente al Alí, cuando tenía 3 años y estaba todavía en mi otra casa, tuve como mascota a la Rosita. La Rosita era una laucha, una ratoncita pequeñita y coquetona, como todas las ratitas. La cosa es que un día se me escapó, mi papá la quiso ir a rescatar porque para variar, yo lloraba como Magdalena, y la Rosita se rebeló contra él mordiéndole el dedo, mi papá que es más picota que yo, la empezó a perseguir con una escoba y terminó aplastándola dejándola muerta en le piso. Ahí sí que lloré como Magdalena. Igual filo, yo tenía al Alí, que era siempre la mejor mascota.
Ya en la otra casa, a mi hermano (que nació así no más, nadie lo pidió) le dió por tener pollitos, aunque alcanzamos sólo a tener al Poli, que era el diminutivo de Policarpo, mucho nombre para tan poco pollo. Y duró menos que estornudo de gato, como 2 semanas, pero el Pipe lo lloró tanto que también pasó a la historia.
Cuando yo tenía 11 años mi hermana decidió casarse. Lo cual fue todo un caos en la familia, peleas y tristezas más que la felicidad de la pareja. En fin, lo que sucedió fue que, a la misma edad que mi hermana recibió al Alí, yo lo perdí. El domingo 6 de agosto de 1995, día del niño más encima, me desperté y miré por la ventana a ver como seguía de la guatita el Alí, después de haber pasado un mal fin de semana y mi papá lo hizo comer mil pasto. Y ahí estaba, con el hígado reventado, con una gran mancha de sangre que le salía del hocico y ahí si que todos llorábamos como Magdalenas. A los 2 días mi hermana se casó. Y en verdad el ánimo era más de funeral que de celebración. Tal vez mi comparación es muy García Márquez, pero no puedo dejar de pensar en la relación cíclica vida y muerte con todo esto. Mi hermana, el Alí, yo y por último el Aaroncito, mi sobrino que nació, sin que yo lo pidiera, como lo hizo la Paola conmigo, con la misma distancia entre nosotras, 12 años. Tal vez por eso también siento tanto, tanto apego por él.
Bueno, luego del Alí, vino un luto más o menos largo donde tuvimos mascotas chantas como la Pelusa. La Pelusa era una tarántula, también muy linda y muy rápida. Pero a la que era bastante complicado darle de comer. Primero porque había que dejarla en el jardín y esperar a que cazara algún insecto, como la pobre no alcanzaba a hacer nunca ni media telaraña, lo que hacía era matar moscas con el matamoscas y dejárselas en la cajita donde vivía. Y segundo, porque NO PODÍA escapar. Para lo cual había que amarrarle la patita con una lana. Lo que debió ser bastante incómodo para ella. Finalmente, nadie le iba a dedicar tanto tiempo a un animalito (arácnido) que ni siquiera mueve la cola o te languetea de puro feliz. De hecho como le veíamos la cara de infeliz la fuimos a dejar a un campo cerca de mi casa. Fin de la Pelu.
Luego viene la era de los gatos. Tonta por los gatos me puse. En mi casa ya nadie quería perris, después de lo fuerte que fue la otra pérdida. El primero fue Salvador, un gati que encontramos en plena carretera y que por lo mismo recibió ese nombre. Duró menos que el Poli. Después vino Jarvis, un gato rubio, que me regaló la Karlita, y que en verdad era Jacinta (no sabíamos como ver si estaba contenta o contento) pero que al poco tiempo se fue. Ahí nuevamente el pensamiento garciamarqueciano llegó a mi casa, porque según todos alguien nos había tirado alguna maldición que la Jacinta recibió y que se encargó de alejar. El pensamiento mágico envuelve mis historias...
Luego, vino la Lulú. La Lulú era mía. Dormía conmigo, me tiraba el pelo, jugábamos, ha sido la única mascota después del Alí que sentí como mía. Sólo mía. A ella la encontramos en el diario y la fui a buscar a la feria amiga. Era preciosa. Blanquita y negro y con un triángulo en la carita. La Lulú era bakán, parecía perro, pero más hábil. La sacaba a pasear al cerro. Me seguía, andaba en bicicleta y al Lulú atrás corría feliz. Un día, al volver de clases mi mamá me mira con cara de pescado. "Hola mamá y la Lulú?". "Eehhh, Josita, es que pasó algo malo, la atropellaron". Ahí mi mamá se larga con la historia de que la Lulú la siguió cuando ella salió en auto y no vió la micro y nada. Otra más reventada, no puede ser. No la ví más. Y mientras yo estaba de nuevo de luto, el novio de la Lulú, el Ruby (nunca supimos porque el Aaroncito le puso así), daba vueltas por la casa llorando, y ahí hacíamos competencia. LLorando juntos. Al poco tiempo, El Ruby aparece en la esquina de mi calle, muerto. Con un hoyo en la costilla, y sin rastro de sangre. Mis sobrinos juran que fue obra del Chupacabras, tan de moda en ese momento. Yo digo que tal vez murió de pena.
Después viene el Tiger, y él fue muy ajeno a mí. Parecido a Jacinta, fisícamente. Divertido y todo, pero nunca tanto como la Lulú. Murió de enfermo en brazos de mi madre, la que decidió que NO ENTRABAN MÁS MASCOTAS A LA CASA, PORQUE LO ÚNICO QUE HACÍAMOS DESPUÉS ERA LLORAR. Ahí empezó el momento de las mascotas puertas afuera. Es decir, el momento del Bob, de Bob Esponja. Un perro que llegó a mi casa en el verano del 2003 y que nunca más se fue. A la señora del frente le da con decirle Cholo, qué poco original!, la cuestión es que responde a como le llamen, lo único que desea es comida.
El 2004 mi hermano empezó a hinchar con que quería un gatito, y lo consiguió, mi mamá casi nos echa de la casa, a mi también por ser la cómplice del Pipe, la cuestión es que llegó la Samanta, que en un principio se llamó Pablo, los gatos siempre nos han confundido... Bueno, y aquí voy a cruzar historias, porque he hablado de animales definidos, pollos, ratones, gatos, perros, pero nadie tiene lo que hay ahora en mi casa. La Jo tiene a la Pelusa que es toda una dama, Hernaldo Andrés tiene al Doggi que es uno de mis favoritos, porque es grande, con presencia, el Héctor tiene a las (guachis) perris, Diana y Blanca, madre e hija babosas y juguetonas, boxers, igual que el Jack de la Moniqui, la Paula tiene a Maxito, que apesar del nombre, también es un perro con cara de perro. Perro, perdón, pero nadie tiene un peluche con pilas que es lo que hay actualmente en mi casa. Benjamín Javier, nótese el nombre cursi! es un poodle toy, osea un juguete que no entra en la categoría de perro. LLegó un poquito antes que la Samy a la casa y hubo división en el hogar. Unos querían a Benjamín y otros queríamos a la Samanta. Éramos dos bandos irreconciables, pero yo odio a Benjamín por varias razones. Que se pueden resumir en que saca lo peor de mi familia. Arribismo y prejuicio, devoción a la apariencia, por ejemplo. Más encima se los regaló alguien que para mi no vale la pena y eso que nos ha dado varias penas. No querían a la Samanta porque era una gata flaite, no tenía pedigree. Mis papás y la Paola se pusieron idiotas con Benjamín, y le empezaron a comprar y comprar cosas, cama, ropa, juguetes. La cosa es que en febrero del año pasado la Samanta desapereció misteriosamente cuando habíamos ido de vacaciones, sin mi mamá y sin mi hermana. Yo creo que la fueron a dejar a algún lado. Así de simple. Pero el Pipe la lloró como si fuera su hija, nunca lo había visto tan triste. Y es en verdad por él que finalmente escribo todo esto, porque de mi hermano me he quejado muchas veces que es flojo, pero con la Samy lo ví en verdad preocuparse, limpiarla, darle de comer, jugar. Y ella si que cierra el capítulo con las mascotas. Una parte bastante accidentada de mi vida y que ahora está vacía.
Dedicado a los que no están: mi Alí, el Lucas del Hectorín, La Cuqui y el Fox de la Caty. Y a los que nunca más vimos, al Simba de la Paula, la Mora de la Rosario y por supuesto a la Samanta de mi hermano Felipe.
N.A: en las fotos: Doggi, la Blanca y la Diana, Samanata, Bob y Pelusa.